…con esmerada tranquilidad.
Mis ojos no se apresuran en hallar cuerpos entre la gente, andan a la caza buscando lugares donde esconder mi piel que parece enfrentarse inclemente contra si misma y contra los reflejos mÃos en cualquier vidrio al yo mirar. Dentro de mis bolsillos menos cosas que ahora, alguien con quien hablar hablando solo por ahÃ, zapatillas para los problemas y animales para masticar, para mantener ocupadas a mis palabras, para no hablar ni siquiera a espaldas de dios. Otros se debaten entre amar y no amar y encontrar su significado, parecen hacerlo a la vez los que lo hacen, parecen no tener filtros al hablar, parecen aceptarse que es lo importante, parecen dejar de respirar; siempre en los mismos lugares, a las mismas horas, con los mismos rostros que a veces intentan modificar su expresión pero fallan y es notable. Van andando en el medio de los autos, dentro y fuera de ellos, atienden sus teléfonos tratando de conversar aunque no pueden, son felices, son miserables, usan ropas.
Algunos estoicos.
Yo cada mañana al salir de casa me intento disimular los pasos y recorro las calles de gente y sus miradas con olor a nada. Y digo fuego de mis palabras porque otra cosa no se me ocurre decir, qué más que fuego si intentara decir lo que siento, si olvidase todas las palabras que descansan en el firmamento luego de haber sido pronunciadas con indefinidos parámetros como intención, me vuelven fuego para siempre sin que se les ocurra siquiera regresar, ni por dónde, ni de qué estoy hablando, como un tigre de la selva corriendo en la ciudad. Sé perfectamente qué quiero decir, ese es el problema; a veces lluevo.
hjuo