con los dientes apretados.




El hombre sentado a orillas del mar está decididamente mirando hacia otro lugar, sus pies parecen sus manos y la chica que le acompaña sin preguntar nada a cambio recibe un dudoso: "estoy listo".

Ella, fingiendo el sol y el movimiento de sus cabellos al aire, volvió a no preguntarle nada, dibujando en su rostro aquella resequedad de las cosas al no moverse e impregnando el maldito ambiente con el vacío escondido en su aliento, por todas aquellas personas que alguna vez han estado cerca de morir y no han muerto. Fingiendo no escuchar las palabras del hombre sentado a orillas del mar, ni siquiera su presencia o el recuerdo, compañero eterno de la vida; sentado o no a orillas del mar.

"Me gusta el té por la furia del agua al entrar en hervor, y el agua al brotar en hervor de mi piel; ni la ausencia; ni la poca fe que hacia las paredes que se encargan de hacerme sentir en casa dispongo" dijo el hombre, sin sentido y sin haber querido decir nada.

El hombre sentado a orillas del mar se puso de pie, sonando como suena el mar al estar de vuelta y habiendo personas para escuchar... "por eso sonamos, porque del silencio depende lo que podemos oír" dijo por última vez. Los minutos pasaban con extrema normalidad; aquella chica, acompañante insistente, parecía no dejar de fingir, frunciendo el seño, intentando pensar y despidiendo sonidos orgánicos que serían demasiado vulgares describir.

Parecía que no iba a suceder nada en aquel lugar, en ese momento; él permanecía allí: de pie, sentado a orillas del mar y ella, acompañándolo acérrimamente, con los dientes apretados.

hjuo alonso

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